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Escribir es doloroso

Escribir es doloroso, ¿saben por qué? Es una pregunta que puede tener cientos de respuestas, pero apuesto por una hipotética: no hay concentración. Confieso de forma no orgullosa que desbloqueé el celular quizá una 10 veces antes de iniciar con la primera línea.

Ay caray, no me digas ¿A vos también te ha pasado?

Creo que es porque nos hemos vuelto facilistas y preferimos la segregación de serotonina a partir de un mar de contenidos, que sentarnos frente a una hoja en blanco, bien sea con el cursor titilante o agitando el lapicero entre los dedos mientras vacilamos con una palabra inicial.

Claro. Es que como escribir es doloroso, partimos de ahí para decir que nos estresa. Entonces a mayor cantidad de cortisol, sentimos que no queremos escribir, sino arrancarnos los pelos en el proceso.

Mis estimados, escribir no es una tarea sencilla, pero tampoco es que Dios haya tocado a unos cuantos con su divinidad y sean unas máquinas para crear textos. Incluso los que viven (vivimos) de escribir, tienen (tenemos) bloqueos mentales y momentos en blanco.

Por años he sentido dolor, y lo seguiré sintiendo. El punto es que para conseguir un texto coherente se necesita práctica, actividades que acerquen a esta forma de comunicación y mucha lectura; pero no cualquier lectura, una que motive el pensamiento crítico y te permita reflexionar sobre el entorno. ¿Lo habías visto así?

Motivada por una actividad estudiantil en donde desarrollábamos en la clase de español el periódico del colegio, comencé a escribir a los seis años. Se podía participar con un texto corto (unas cinco o diez líneas) y me aventuré con «Gotita de agua», una composición que franqueé con mi mamá, sentada a mi lado dirigiendo el proceso. Ella preguntaba sobre qué quería escribir, y conforme llegábamos a una conclusión, lo iba acomodando con las letras toscas que aún ocupaban todo el renglón.

Me pregunto cuántos de los que leen este relato tendrán hijos o culicagados a su cargo, guardarán en algún cajón la paciencia para -no sucumbir al celular- acompañar por algunos minutos (mire que no estoy diciendo «horas») para sentarse a articular una oración.

Oración, sí; pero no la que se le hace a Diosito cuando te encomendás para que ese ensayo de la U, ese correo al jefe, o un mensaje colectivo para una iniciativa con los compañeros de trabajo, te salga de maravilla, como el conejo que sale del sombrero del mago más avezado.

No. La oración es el primer aliento del texto y quizá algunos de ustedes la aborrezcan: sujeto + verbo + predicado. Es que quién no la podría poner en su lista negra cuando desde los primeros años educativos nos enseñaron a repetir (casi sin sentido) esta suerte de cántico para invocar a los dioses de la escritura.

Escribir es doloroso. Es un proceso de coordinación en el que vaciamos los pensamientos de todo un día, o de un chispazo o ese momento «Eureka», en un papel y esperamos que otro nos lea con el mismo entusiasmo con el que nosotros escribimos.

Escribir es doloroso, pero altamente necesario. Yo comencé a los seis años, y prodigio no soy. Solo tuve una formación escolar basada en el ser-hacer y una madre que creyó en mí y me impulsaba en cada proceso que emprendía en las letras, bien fuera leer o escribir. ¿Cuántos padres se involucran -a lo bien- en este proceso?

Escribir es doloroso, molesto y hasta levanta un rumor de envidia por el que sí puede articular una oración y con más sagacidad, un párrafo. La pregunta es: ¿has llevado un proceso de escritura? ¿Sentir envidia te hará mejor escritor?

Escribir es doloroso cuando se tiene que componer a las carreras cualquier tipo de texto, porque se siente como si el proceso creativo fuese una cárcel y quién te dirige, el villano que te pone un grillete para que no veas más allá del encierro. Es triste decirlo, pero algunos profesores han ejercido ese papel tirano en la creación textual. ¿Por qué? ¿Qué le hace falta a un docente para motivar a sus chicos a escribir?

Considero que escribir es un toma y dame, y esa dinámica solo aflora cuando se dedica tiempo y hay disciplina para componer. Escribir no es para los dotados, así como las matemáticas o las ciencias no son para los cerebritos. Quizá algunos tengamos unas facultades blandas más palpables, pero eso no quiere decir que ya vengamos con el chip incorporado.

Cada vez que leo un texto que escribí hace años, abrazo a mi yo de entonces y pienso en el camino que he recorrido. Y al leer las columnas que he publicado hace meses o semanas, veo frases o palabras que podrían superar mis expectativas, porque hoy soy mejor escritora que lo que era hace una semana. Entonces, escribir es un oficio de largo aliento que no acaba, y claro, dolerá, pero solo si no estás comprometido con tu proceso.

Espero que algún día, escribir para se te convierta en una descarga de serotonina más profunda y prolongada que estar desbloqueando el celular para ver qué ha pasado de nuevo en redes, cuando en realidad, no ha pasado nada nuevo y lo único que tienes es FOMO. En cambio, puedo asegurarte que cuando estés escribiendo, tus pensamientos siempre estarán revoloteando como mariposas en un jardín primaveral y querrás hacer esto más seguido.

Cabezote de Pexels: Foto de Alina Vilchenko.