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«Vos no sabés escribir»

Ahí estaba el reloj. Redondo, del tamaño de un plato. Marcaba las 10:00 a.m. Las manecillas iban más lentas de lo normal. Cinco minutos antes, estaba tratando de entender la última noticia de EFE, una agencia de prensa que siempre nos enviaba noticias a través de una plataforma cuyo nombre no me da la gana de recordar.

De nuevo el reloj: 9:55 a.m., y cada minuto que pasaba parecía consumirse en mi quehacer como minera: excavar tanto como pudiera en esa plataforma para sacar una noticia más o menos buena. Sí, esa era yo, sentada, sin tener una bella curva en mi cara sino en mi espalda. Pretendía ser periodista.

La idea de libertad del periodismo me había cautivado cuando le recibí a mi mamá la semilla del cuentazo de que «siendo comunicadora social iba a poder escribir todo lo que yo quisiera porque me iba a convertir en periodista». Y yo compré esa semilla. Le asigné una materita, conseguí tierrita, y todos los días le ponía agua sin falta. Quería que floreciera. Lo necesitaba.

9:56 a.m. Mi nombre viajó a través de los cubículos con un grito disfrazado de amabilidad. Seguro era yo, por que no había otra como yo en la redacción. O al menos no en ese semestre. 

-Sentate. – Me dijo el jefe con una sonrisa a mi parecer algo cínica.

– Bueno contame. Llevas dos meses redactando esto. 

-Sí señor. – Ahí estaba el reloj, redondo, del tamaño de un plato. Ya marcaba las 9:58 a.m.

-¿Por qué tanto tiempo?

-Es un reportaje. – Mi pierna empezó a temblar. Él se reclinó hacia atrás en su silla. 

-No me sirve. Este reportaje está muy viejo. 

-Per…

-Mira, excelente investigación, pero vos no sabés escribir. Aquí solo hay datos. – Dijo cogiendo las páginas que tenía sobre su mesa y las tirándolas sobre el escritorio. – No sabes escribir, esto no me sirve. Solo pude ver cómo su mano adornada con una manilla metálica decoraban el pastel que se estaba pudriendo. 

Un detalle que no sabes, es que esto no me lo dijo a solas. La noticia se propagó como esas chivas de último minuto. Todos tenían la primicia. Lo peor era que yo era ese «quién de la noticia». 

-¿Eso es todo? – Alcancé a decir con el hilo de voz que me quedaba. 

-Sí. Quiero este reportaje bien escrito para el próximo lunes. – Era martes. 

-Bien. ¿Recomendaciones?

-Mejora la escritura. Bueno, chao que tengo que seguir revisando otros textos…

10:05 a.m. Arrugué las hojas. Arrugué mi corazón caminando de su cubículo hacia mi triste idea de periodista que me abría los brazos casi como un agujero negro. No había escapatoria. Todas las miradas vigilantes estaban sobre mí, y la mía, fija al suelo. 

10:06 a.m. Mis hombros se rehusaban a sostener este fraude. Doblé las hojas en cuatro partes y las metí a lo profundo de la maleta. Juré no volver al periodismo. Lo lloré como si fuese mi muerto favorito. Lloré el reportaje todas las veces que intenté escribirlo. ¿Me publicaron? Sí me publicaron. Claro que me tenían que publicar.

¿Seguí publicando? Sí, pero caminando sobre el filo del machete de rigurosas reglas que a mi cabeza le costaba plasmar en textos. Responda las WH del periodismo: qué, cómo, cuándo, dónde y por qué. Y si no estaban las cinco, al traste las horas de redacción. Terminar un artículo/noticia/loquefuera era igual que cepillarse los dientes y comerse después un chocolate. En esa subida al Everest solo encontré una piedra que me salvó: aprender a imitar la estructura noticiosa. Pero eso y «vos no sabés escribir» oscurecían cada día mis ojeras y hacían un hueco en el estómago.

El 20 de julio, de un año que no quiero mencionar, a las 6:00 p.m., arranqué de raíz la plantita que se llamaba «idea de ser escritora siendo periodista». Guardé la materita con su tierra fértil en un lugar exclusivo pero no tan visible, por si acaso.

Desde los 11 años, soñé con ser escritora. Son las 7:27 p.m. de un viernes en el que bien podría estar haciendo cualquier otra cosa; pero elegí escribir. Y me siento cansada. Me dijeron: es por la luna, es por el eclipse. No. Es por que he estado loca trabajando, pero hoy le robé una hora y punta a mi cansancio y me senté a teclear. A borrar, a re escribir y leer en voz alta.

Confieso que hace unos meses, decidí volver sobre el cuentazo de mi mamá. Y ella tenía razón. Más de lo que había imaginado. Quizá para convencerme de ser comunicadora y no literata, me vendió la semilla del periodismo y me hizo guardar la de la literatura. Pero me hizo un favor: soy comunicadora. Soy escritora -de nuevo-. Soy escritora para mí y para enseñar a los demás. Mi plantita volvió a florecer.

Si volvieran a decirme «vos no sabes escribir»; volvería a llorar, claro. Pero guardaría esas lágrimas como lluvia para esta nueva planta.

El cabezote es patrocinado por Janson K. en Pexels