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Caleño, ¿sabés quién fue Joaquín de Cayzedo y Cuero?

Agradezco a Alberto Silva Scarpetta porque gracias a sus conocimientos sobre la historia de Cali y a su texto titulado  “¿ACASO SE REQUIERE ALGO MÁS, PARA CONSIDERAR A LA PLAZA DE CAICEDO DE CALI, MONUMENTO DE LA CIUDAD?” este escrito fue posible.

Este texto fue presentado como un trabajo de investigación sobre la ciudad para la materia Análisis y Crítica de Medios dictada por el profesor Lizandro Penagos. Aunque para efectos del ejercicio debía tener un género periodístico definido, resultó siendo el mejor de la clase.

Además de este logro académico, presenté este trabajo a la Academia de Historia del Valle con el fin de que fuera adaptado para ser representado en una obra de teatro durante la conmemoración de la independencia de Cali.


El cielo algo gris ese día dejaba ver un sol que brillaba tenue y se colaba entre los edificios, que se alzaban en montonera de frente al camino que iba siguiendo esa mañana Martín; un estudiante universitario que caminaba desprevenido por las calles mugrientas del centro de la ciudad. Tenía que caminar hasta la Plaza de Cayzedo ya que días antes le había llegado a su casa, ubicada el sur de Cali, un sobre con un sello de cera de vela y adentro, una carta escrita con tinta en un papel muy viejo.

La misiva decía que debía llegar a la Plaza y sentarse a esperar en una banca en la Calle 12 con Carrera 4. Martín que sólo llevaba su morral y la carta en la mano, llegó con prisa a sentarse en la primera banca que vio después de salir de la maleza de edificios. Pasados unos cinco minutos, se acercó a él un hombre que llevaba un extraño traje que Martín no podía detallar, ya que era muy alto y solo alcanzaba a verle las patillas que le enmarcaban la cara.

– Buen día, joven Martín. – Lo saludó el hombre y le extendió la mano al desubicado muchacho.

– Buen día, señor…. Eeehhh – dudó él al no saber de quién se trataba.

– Cayzedo y Cuero, pero llámeme Joaquín, estamos en confianza y no en un pelotón- le sonrió él al tiempo que los ojos de Martín se abrieron como platos al ver que la estatua que tenía enfrente suyo “había cobrado vida”. – Acompáñeme- le dijo Cayzedo y Cuero sacándolo de la estupefacción.

Martín se levantó de la silla aún asombrado, nunca había visto pinturas en los libros que le guiaran hacia una imagen de lo que era la estatua que estaba en el centro de aquella Plaza, y se preguntó por qué ahora él estaba haciendo este recorrido. Miraba hacia todos los lados pero las personas no parecían ponerle mucha atención, ni siquiera los policías que estaban cerca, así que decidió preguntar qué hacía él ahí…

– Estoy aquí, joven, para recordarle a la ciudad que esta Plaza es mucho más que un comercio y que la estatua mía que está ahí, al sol y la lluvia. ¿Sabe usted cuándo fue fundada Cali?

– En el año 1536.

– ¿Sabe qué día es hoy?

– 25 de Julio…

– ¿Ese día no le dice algo?

– No.

– Pues bien, hoy es el día en el que hace 476 años se fundó esta ciudad. Esta ciudad ya no es la selva vallecaucana del año 1536 cuando los españoles venían de Quito en busca de El Dorado y se encontraron coneste terreno cuando llegaron desde el Sur y los indígenas los guiaron para que siguiera su camino. Llegaron hasta Calima y se dice que ahí se fundó Cali, pero otros dicen que la ciudad se fundó en Vijes… Pero ahora, con todos los cambios que han hecho en la historia, nos corresponde este pedazo de tierra en la geografía para decir que es Cali. Ahora, joven amigo, ¿sabe usted acaso el nombre completo de esta ciudad y su origen?

– Santiago de Cali, y sobre su origen, algo escuché decir a mis abuelos que fue porque en España, de donde venía Belalcázar, el 25 de Julio era el día del Santo Santiago y por eso se quedó Santiago de Cali, pero según algunos libros que pude leer, ahora sólo es llamada Cali.

– A algo le tenías que pegar, ya estaba yo seguro de eso. ¿Y si sabes quién soy yo? – Le preguntó frunciendo el ceño y tocándose las patillas.

– Lastimosamente sólo sé que esta Plaza tiene su apellido y que su imagen la inmortalizaron en aquella estatua – Aseveró Martín señalando hacia el monumento y ruborizándose un poco.

Cayzedo no le dijo nada, tan sólo lo siguió guiando por el andén de su Plaza, llevándolo hacia el lugar en donde antes, según recuerdos de Martín, se situaban los lustradores o como les llaman en la ciudad, ‘emboladores’ de zapatos. Cayzedo se detuvo y puso uno de sus pies sobre el caballete que tenían ahí dispuestos estos hombres, nadie parecía percatarse de lo inusual de la situación y Martín seguía aterrado mirando a su alrededor, viendo que nadie se daba cuenta de aquello, hasta que escuchó el estrépito de un golpe en la madera en el suelo empedrado de la Plaza. Volteó a mirar a Cayzedo y este había pateado el caballete en donde había puesto su bota militar de la época.

– ¿Por qué se enoja, señor?

– ¿Le parece a usted respetuoso que luego de todo el esfuerzo que hicimos en la época de la independencia, ahora estos hombres nos deshonren embolando y escupiendo el suelo?

– No le veo lo trágico…

-Creo, no has escuchado en absoluto de este lugar. – Le dijo algo molesto. – Siéntate en aquella banca, te contaré.

“Yo nací el 22 de Agosto de 1773, 237 años después de la fundación de esta ciudad, y sé eso porque pertenecí a una de las familias más prestantes e ilustres de la región. Mi padre era el Alférez Real Manuel de Cayzedo Tenorio y mi madre era María Francisca Cuero. Estudié Derecho en Popayán y Santa Fé de Bogotá y ejercí como Juez de Cuentas de Santa Fé. Sabía de la historia de mi ciudad, luché por la causa independentista… Pero nadie lo sabe. Sólo hablan de Bolívar y otras figuras pero de los otros 10 caleños fusilados en Pasto nadie se da cuenta.”

– Pero yo pensaba que Bolívar era nuestro Libertador… No sabía que Cali también había participado… ¿Y usted cómo fue qué llegó hasta ese punto?

– Verás, cuando mi padre murió en 1808, yo heredé su rango de Alférez Real, que era el más alto de los rangos militares, y cuando me fusilaron en Pasto, me convertí en el último Alférez Real de la ciudad de Cali.

– ¿Y qué sucedió en Pasto? – Preguntó Martín atónito.

– ¿Nunca has estudiado Historia Patria?

– Sí, pero colombiana, nunca he leído sobre Cali.

– Todos los días veo gente deambular por esta Plaza y nadie sabe qué pasó antes y después de que yo fuera a Pasto. Saber qué pasó allá, es una tarea tuya. No saben si quiera que la Plaza se llamó primero Plaza Mayor, tiempo después Plaza de Armas, por ser el lugar en donde se reunía la guardia civil y se le rendían honores a la Corona. Pasados los años, cambió su nombre por Plaza de la Constitución en donde ya podían verse la Alcaldía que era la Casa Consistorial (señalando al actual Palacio Nacional) desde donde me dirigí al pueblo dos años después de haber tomado mi rango de Alférez en 1810.plaza-de-caycedo

– Pero aún no me dice por qué se llama Plaza de Cayzedo…

– Eres un jovencito impaciente. Está bien, te contaré. Pero sólo lo que pasó en esta Plaza, lo demás es tu tarea. ¿No te aburren mis historias?

– Al contrario, me tiene usted anonadado. – Y con esto Cayzedo adoptó posición de declamación y comenzó a narrar…

“El 29 de Junio de 1810, escribí una carta a Santiago Arroyo quién se encontraba en Popayán en la que le comenté los términos en los que sería redactada cuatro días después el acta del 3 de Julio – y buscando en un bolsillo de dentro de su gabán, sacó un puñado de cartas. Escogió una amarillenta y leyó:

“Que disuelto el Consejo de Regencia, no tenga derecho a establecerse en nuestro continente, ni pueda reclamar posesión, que nosotros entonces seamos árbitros para elegir la forma de nuestro gobierno atemperándolo a nuestros usos, costumbres y carácter; y que luego, sin pérdida de momento, se organice en el Reino una Junta Suprema de Seguridad Pública”

Y así se acordó que el día para firmar el acta fuera el 3 de Julio de aquél año en la Casa Consistorial – Martín giró hacia atrás para observar el ahora Palacio Nacional que nuevamente señalaba Cayzedo con sus dedos juntos y su mano extendida hacia arriba-. El 10 de noviembre del mismo año, joven Martín, salí al balcón de la misma Casa para proclamar ante el Cabildo de Cali lo que ahora se escribe en los libros de historia que a usted le falta por leer, pero hoy estoy de buen humor, así que lo recitaré de nuevo para usted:

“Si así lo acordáis y el pueblo ilustre de Popayán no hace el último esfuerzo para derribar ese ídolo venerado allí por unos pocos, preparaos, generosos compatriotas, estad resueltos a luchar con ese tirano, a quién importa poco ver desolada la Provincia como él conserve su injusta exaltación. Pero antes de todo, antes de resolveros a tomar las armas para la defensa de nuestros sagrados derechos, tomad la última medida conciliatoria, de paz, de unión y confraternidad con Popayán. Elegid un diputado para que vaya a hacerlo en la Junta Provisional que resuma toda la autoridad, conforme a nuestros acuerdos y deliberaciones: dadle vuestras instrucciones para que obre conforme a ellas; escoged un hombre sabio, prudente, virtuoso y que tenga el concepto público. Yo hallo estas brillantes cualidades en el Reverendo Padre Fray José Joaquín de Escobar; conocido en toda la Provincia, y tal vez en todo el Reino.”

Cuando terminó el discurso Martín estaba con la boca tan abierta que Cayzedo soltó una pequeña risita y guardó de nuevo en el gabán la carta que envió a Santiago Arroyo. Le invitó a levantarse de la banca y le dio otro recorrido que los llevó hasta la Carrera 5ta con Calle octava, esquina en la que está el Hotel Astoria y a su lado, la Catedral de San Pedro.

– Te voy a confesar un secreto… – Dijo Cayzedo mirando hacia la puerta de la Catedral. – Crucemos la calle y entremos a la Catedral, será mejor decírtelo allá.

Tras cruzar la calle Martín guardó la carta de su citación en el bolsillo del pantalón y estaba aún más curioso que cuando todo comenzó. Cayzedo lo condujo al interior del sitio y le enseñó la estatua que estaba en la parte derecha de una de las entradas principales del lugar: ese era él subido en un caballo pisoteando a un hombre. Así habían ganado las batallas y tiempo después fue fusilado por orden del presidente de Quito Toribio Montes con otros 10 de sus compatriotas caleños.

– Las personas de esta ciudad son ingratas. Yo morí en Pasto siendo un mártir de la independencia y ¿qué obtuve a cambio? Ni siquiera el respeto por mis restos, ¡se tardaron 106 años en traerme hasta acá!

– …¿Y sus cenizas?

– Ahí está lo interesante del asunto. ¿Ves ese espacio en donde guardan las hostias, la copa y el vino sagrados? Ahí están mis cenizas. Quedaron encerradas después del terremoto de hace 50 años que estremeció a la ciudad. Sé que estoy con otros, pero nadie sabe realmente cuál es la caja que contiene mis cenizas.

Martín enmudeció. No se le alcanzaba a pasar por la mente que ese lugar guardara tal tesoro, ni mucho menos que no se supiera… Y que las personas vinieran a escuchar la misa como si nada.

– Salgamos, creo que aún tengo muchas cartas e historias que contarte. – Se dirigió el mártir hacia su joven compañero.

Salieron del recinto sagrado y cruzaron la calle de nuevo. De vuelta en la plaza, Cayzedo condujo a Martín hacia el Palacio Nacional, la otrora Casa Consistorial en donde el 1 de Enero de 1815 Francisco Cabal Barona fue nombrado por el Colegio Constituyente Electoral como el gobernador de la Provincia de Popayán. En ese sitio se preparó para darle la batalla al coronel realista Aparicio Vidaurrázaga en la Batalla de El Palo, una de las más importantes de la independencia.

– En este lugar, Martín, la entonces Plaza Mayor, fue fusilado Santiago Vallecilla, el 24 de septiembre de 1816, quién fue el primer gobernador criollo de la Provincia de Popayán.

– ¿Y por qué fue fusilado en este lugar? – Preguntó asustado el joven.

– Porque aquí, en esta Plaza, se fusilaban a los condenados a muerte y el cuerpo de Santiago Vallecilla fue colgado de un gancho de carnicería para que lo viera durante dos días todo el pueblo incluyendo a su familia. – Le respondió Cayzedo bajando la mirada y guardando un minuto de silencio.

– ¿Y sólo fue fusilado él?

– No. Fusilaron a diez hombres más. Ese mismo año, el 10 de diciembre fue fusilado el caleño Javier Perlaza. En octubre de 1817 fueron fusilados 9 patriotas caleños sus nombres eran: Buenaventura Barona, Silvestre Chatre, Nicolás Morales, Vicente Segundo Pisa, José María Herrera, Manuel Joaquín Fajardo, Narciso Quiñones, Francisco Barrera y Marino Velasco. – tomando un poco de aire, continuó- finalmente, el 10 de diciembre, fusilaron a Francisco Javier  Payán.

Cayzedo y Cuero llevó a Martín a dar la última vuelta de esta expedición independentista. Llegaron al suelo empedrado del frente de la Casa Consistorial, y Cayzedo empezaba a hablar de 1821 cuando la Plaza pasó a llamarse Plaza de la Constitución y cuando él, ya iba perdiendo sus energías y su voz iba decayendo.

– A este lugar, el 6 de marzo de 1821, llegó Antonio José de Sucre en su caballo que sacaba chispas con sus cascos en frente de la Casa Consistorial. Había hecho un recorrido desde el puente del río Mayo, al sur de Mercaderes.

“Aproximadamente 2.000 hombres tenían campamentos en esta Plaza y también estaban cerca al río Cali, lugar en el que los atiendieron mujeres vallecaucanas teniendo especial cuidado en darles viandas, enseres y confeccionarles trajes, pendones y banderas. Por otra parte, los oficiales ingleses que acompañaban a Sucre, los coroneles John Mac Kintosh y John Johnston, entrenan a las tropas muy cerca de la ribera del río Cali.

El 21 de marzo en la mañana, las tropas de Sucre formaron filas a un lado de la Plaza de la Constitución. Se destacaba el Batallón Santander, que estaba conformado por soldados vallecaucanos y el sub-teniente Pedro Ignacio Vergara sostenía con orgullo la bandera tricolor que habían bordado las mujeres vallecaucanas. A este hombre le seguía el capitán Eusebio Borrero, y los hijos de los vallecaucanos que ya habían dado sus vidas en los combates de la Independencia.

El Batallón Albión estaba formado a un lado del Batallón de Sucre, y este estaba conformado por reclutas del Valle y 170 oficiales ingleses y venezolanos, muchos ya experimentados que pasaron por la Batalla de Boyacá. Después de rendir honores a su tierra, partieron por la Cordillera Occidental, perdiéndose en la lejanía para cruzar hacia el Pacífico y dejar que sus ojos se maravillaran con el cañón del Dagua.”

– ¿Sabías que Simón Bolívar también estuvo aquí?

– ¿En esta Plaza?

– En esta misma Plaza y alojado en la Casa Consistorial durante 26 días, después de arribar en la tarde del primero de enero de 1822. Esos días le sirvieron para que los servicios de inteligencia le informaran del peligro que correría en el Pacífico, pues la armada española llevaba tiempo siguiéndole el rumbo con el que pretendía llegar a Guayaquil. Después de esta noticia, reclutó a 3.000 hombres para completar su ejército con el que fue a Popayán, y con el que también rompió el muro de Pasto y logró pasar a la Provincia de Quito.

– ¿Pero Sucre no había hecho un reclutamiento parecido?

– Estuviste bastante atento. Lo hizo exactamente diez meses atrás. La Plaza volvió a ver sus alrededores inundados de uniformes y damas llenas de atenciones para estos hombres.

Miró fijamente a Martín quien le devolvió una mirada amable. Cayzedo se volteó dándole la espalda a su amada Casa Consistorial y miró su inmortal monumento. Sus ojos recorrían cada detalle, la cadena con el grillete que pisaba y la bandera que llevaba en ambas manos. Caminó lentamente hacia su réplica y cuando estuvo bien cerca, llamó a Martín que lo observaba con cautela.

– Lo último que tengo para decirte, joven Martín, es que en la otrora Cali que he visto desde el 26 de enero de 1913, cien años exactos tras mi muerte, las personas creían en esta Plaza así no supieran todo lo que te he contado. Creían en mí, me respetaban. Respetaban de manera simbólica todos los fusilamientos, y si tan sólo supieran que mis cenizas llegaron tal como yo me fui a luchar a lomo de mula, quizá, sólo quizá se darían cuenta que estoy aquí más que en una estatua de Bronce.plaza-de-cayzedo

– Aunque me gustó escuchar la historia de la ciudad… Sigo sin entender qué hago yo aquí.

– Dame la carta. – Martín sacó la carta que había metido en su bolsillo del pantalón y se la entregó. Cayzedo sacó más cartas de otro bolsillo de su gabán. Eran cartas que él mismo había escrito a las personas jóvenes que no conocían la historia del centro de su ciudad.

– Quiero conservarla, no te la lleves, quiero saber qué más puedo descubrir de mi ciudad.

– Que sea una promesa, que cuando vengas a esta Plaza, este recorrido no  haya sido en vano y no te quedes con la imagen desastrosa  que se ha formado después de 200 años en los que se ha deteriorado el Centro con sus “escribientes” y sus “emboladores”. Sus mercaderes jamás trascendieron de lo que fue la llegada del comercio con el auge del Ferrocarril y los automóviles. Me ves aquí como una simple estatua, pero veo la polución, me enferma el humo de los carros y me entristece que las personas se sienten a mis pies sin saber quién fui yo y porqué esta Plaza lleva mi nombre. Mis cenizas llegaron para honrar este sitio, pero las cenizas de los cigarrillos de los transeúntes desprevenidos, ensucian los recuerdos de la independencia.

Cayzedo le dio la mano a su joven amigo, se dio la vuelta y entró en la base de la estatua de bronce que debió ser más grande para recordar sus hazañas. Martín quedó estupefacto y sin alcanzar a decir una palabra, tan sólo sonrió y miró hacia su alrededor a las palmas zanconas típicas de la ciudad y dio una vuelta de nuevo por toda la Plaza. Caminó por la calle del Teatro Jorge Isaacs y llegó al Parque de los Poetas. Ahí se quedó hasta caída la tarde cuando decidió regresar a su casa con la historia de la ciudad en una carta.

Escrito en noviembre de 2011.